domingo, 1 de abril de 2012

SEMBLAZA DE NIETZCHE FRENTE A WAGNER Y ALEMANIA

SEMBLAZA DE NIETZCHE FRENTE A WAGNER Y ALEMANIA

En un principio, todo indicaba que el filósofo Federico Nietzsche (1844-1900), llegaría a ser pastor protestante, no sólo por haber nacido en el centro de la Alemania luterana, sino también por sus antecedentes familiares; no en menor medida también por los piadosos deseos de su madre. Su abuelo paterno no sólo decidió dedicarse al servicio de Dios en su pequeña comunidad, sino que sus escritos sobre asuntos religiosos le valieron un título honorario en teología, de la Universidad de Koenisberg (Cit. en Curtis Cate, Friederich Nietzsche; The Overlook Press, Woodstock y New York, 2005 p. 2).


El padre de Federico Nietzsche, Ludwig, también había sido educado para ser pastor luterano. Su influencia sobre la vida del filósofo sería, sin embargo, muy limitada ya que falleció cuando éste sólo tenía cinco años. De esta forma todo el peso de su orientación religiosa recayó en su devota madre Franziska. Por lo mismo, a ella le tocó recibir el golpe espiritual de su hijo, cuando éste le hizo saber que estaba harto de la teología y que no tenía la menor vocación religiosa (Cate, p. 44).


Esto sucedió cuando contaba con escasos 20 años, acontecimiento que su biógrafo Curtis Cate comenta así:


“Su capacitación como filólogo, tanto en Pforta como en Bonn, le había enseñado muchísimo sobre el proceso de fabricación de mitos, al que había sucumbido la religión cristiana, al igual que otras religiones” (Ib.).


Su hermana Elizabeth, sorprendida como su madre, ante tan drástico cambio, pretende hacerle reflexionar, diciéndole que “lo verdadero está siempre del lado de lo más difícil”. Pero Nietzsche se manifiesta ya como el filósofo de la honestidad intelectual, que no rehúsa enfrentarse a lo más problemático de la existencia, y dispuesto a develar paso a paso las más ocultas motivaciones de los filósofos. A su hermana le contesta:

“ … ¿ crees tu que es más difícil que emprender nuevos caminos en lucha contra el hábito, en la inseguridad del andas independiente, con frecuentes vacilaciones del espíritu y hasta de la conciencia? … Toda fe verdadera es siempre infalible; da lo que el creyente espera encontrar en ella; pero no ofrece el más mínimo apoyo para fundar una verdad objetiva. Aquí se dividen los caminos de los hombres; ¿quieres paz espiritual y felicidad? Cree. ¿Quieres ser un apóstol de la verdad? Investiga. (Epistolario, Ed. Jacobo Muñoz, Biblioteca Nueva, Madrid 1999, p. 29).


Consecuente consigo mismo Nietzsche se registró, para su segundo semestre en la Universidad de Bonn como estudiante de la Facultad de Filología. De ahí pasó a la Universidad de Lepzig, para continuar tales estudios bajo la conducción académica del afamado profesor Friedrich Ritschl, de quien llegó a ser alumno favorito, por méritos propios.


Sin embargo, su destino tampoco era la filología, a pesar de haber alcanzado un alto grado de capacitación en esa disciplina. Por un verdadero accidente, descubre al filósofo Arthur Schopenhauer, quien a través de su obra, El Mundo como Voluntad y Representación, provocará el giro definitivo hacia la auténtica vocación de Nietzsche: la filosofía.


En un principio, todo indicaba que el filósofo Federico Nietzsche (1844-1900), llegaría a ser pastor protestante, no sólo por haber nacido en el centro de la Alemania luterana, sino también por sus antecedentes familiares; no en menor medida también por los piadosos deseos de su madre. Su abuelo paterno no sólo decidió dedicarse al servicio de Dios en su pequeña comunidad, sino que sus escritos sobre asuntos religiosos le valieron un título honorario en teología, de la universidad de Koenisberg (Cate p. 2).


El padre de Federico Nietzsche, Ludwig, también había sido educado para ser pastor luterano. Su influencia sobre la vida del filósofo sería, sin embargo, muy limitada ya que falleció cuando éste sólo tenía cinco años. De esta forma todo el peso de su orientación religiosa recayó en su devota madre Franziska. Por lo mismo, a ella le tocó recibir el golpe espiritual de su hijo, cuando éste le hizo saber que estaba harto de la teología y que no tenía la menor vocación religiosa (Cate, p. 44).


Esto sucedió cuando contaba con escasos 20 años, acontecimiento que su biógrafo Curtis Cate comenta así:


“Su capacitación como filólogo, tanto en Pforta como en Bonn, le había enseñado muchísimo sobre el proceso de fabricación de mitos, al que había sucumbido la religión cristiana, al igual que otras religiones” (Ib.).


Su hermana Elizabeth, sorprendida como su madre, ante tan drástico cambio, pretende hacerle reflexionar, diciéndole que “lo verdadero está siempre del lado de lo más difícil”. Pero Nietzsche se manifiesta ya como el filósofo de la honestidad intelectual, que no rehúsa enfrentarse a lo más problemático de la existencia, y dispuesto a develar paso a paso las más ocultas motivaciones de los filósofos. A su hermana le contesta:

“ … ¿ crees tu que es más difícil que emprender nuevos caminos en lucha contra el hábito, en la inseguridad del andas independiente, con frecuentes vacilaciones del espíritu y hasta de la conciencia? … Toda fe verdadera es siempre infalible; da lo que el creyente espera encontrar en ella; pero no ofrece el más mínimo apoyo para fundar una verdad objetiva. Aquí se dividen los caminos de los hombres; ¿quieres paz espiritual y felicidad? Cree. ¿Quieres ser un apóstol de la verdad? Investiga. (Epistolario, p. 29).


Consecuente consigo mismo Nietzsche se registró, para su segundo semestre en la Universidad de Bonn como estudiante de la Facultad de Filología. De ahí pasó a la Universidad de Lepzig, para continuar tales estudios bajo la conducción académica del afamado profesor Friedrich Ritschl, de quien llegó a ser alumno favorito, por méritos propios.


Sin embargo, su destino tampoco era la filología, a pesar de haber alcanzado un alto grado de capacitación en esa disciplina. Por un verdadero accidente, descubre al filósofo Arthur Schopenhauer, quien a través de su obra, El Mundo como Voluntad y Representación, provocará el giro definitivo hacia la auténtica vocación de Nietzsche: la filosofía.


Hacia finales de 1868, el joven Federico Nietzsche estaba a unos meses de ser nombrado profesor de filología en la Universidad de Basilea, contando con sólo veinticuatro años de edad. Adicionalmente, y para su sorpresa, en esos días recibiría una invitación que lo llevaría a conocer personalmente al gran compositor Ricardo Wagner, a cuya obra Die Meistersinger había dedicado recientemente cinco semanas de estudio. En opinión de Nietzsche, la enorme riqueza de la obra anunciaba la gestación de una “verdadera ópera nacional” (Cit. en Curtis Cate, Friedrich Nietzsche; The Overlook Press, Woodstock y New York, 2005, p.81).

El encuentro de Nietzsche con Wagner no pudo ser más venturoso. En no escasa medida, ambos lograron inducir en el otro una impresión muy favorable. Nietzsche estaba entusiasmado por el hecho de que Wagner, al igual que él mismo, fuera un devoto de la filosofía de Schopenhauer. El hecho lo ubicó de inmediato en el mismo nivel en su Olimpo personal. De ese primer encuentro con Wagner, Nietzsche comentó a su amigo Edwin Rohde:

“Es un hombre fabulosamente vivaz y fogoso; habla muy de prisa, es muy bromista, y alegra y anima en extremo una reunión de este carácter privado. Tuve con él una larga conversación sobre Schopenhauer. Comprenderás qué gran placer fue par mí oírle hablar con calor indescriptible de nuestro filósofo… (Carta del 9 de noviembre de 1868; Epistolario).

Al término de aquella reunión promisoria, Wagner estrechó con afecto las manos del joven filólogo, a quien le expresó su deseo de verlo nuevamente. Las visitas de Nietzsche al compositor se sucederían, a partir de ese momento, durante varios años, hasta su último encuentro que se dio en Sorrento en el otoño de 1876.

A poco de iniciada esa relación de amistad, Wagner se dio cuenta de que Nietzsche le podía aportar la “profundidad histórico analítica de la que había carecido en el pasado, con sus propias teorizaciones sin sustento académico”. (Cate, p. 107).

En 1870, en pleno ascenso de una amistad que se intensificaba día con día, Wagner, impresionado con la audacia de Nietzsche en su tratamiento de Sócrates y su comprensión de la naturaleza de la música, le escribió lo siguiente: “Hoy no tengo a nadie con quien pueda abordar los temas tan seriamente como con usted, con excepción de la Única [su esposa]” (Ibid, p. 106).

Pero en ese año de 1870 comenzarían a surgir los elementos de la ruptura de la amistad entre Nietzsche y Wagner. La Francia de Napoleón III declaró la guerra a la Prusia de Bismarck, lo que induciría una renovada confrontación entre la civilización francesa y sus ideas “Ilustradas”, y la Kultur de una Alemania unificada. Por razones históricas y religiosas la cultura alemana rechazaba la fe de la Ilustración en el método crítico (recuérdese la opinión de Lucero respecto a la ´razón´), y su aplicación a las instituciones que determinan las condiciones de vida: “…la fe religiosa, dice Gordon A. Graig, tenía profundas raíces en el pueblo alemán… lo suficientemente fuertes como para desactivar… las ideas del contrato social y la soberanía popular” (Gordon A. Craig, The Germans, Meridian Book, 1991, p. 29).

El triunfo de Prusia y la consecuente unificación de Alemania, intensificarían el orgullo nacionalista, la xenofobia y la fe en la superioridad de la Kultur frente a la “decadencia” de Francia. Fue entonces cuando Wagner, que alimentaba sentimientos francofóbicos, comentó a su esposa Cósima: “Los franceses son la podredumbre del Renacimiento” (Martin Gregor Dellin, Richard Wagner; Alianza Música, Madrid 1983, p. 511). La soberbia ideológica alemana, que acentuó su teutonismo racial y su antisemitismo, haría resonar su efectos hasta el ascenso y caída del Tercer Reich, setenta y cinco años después.

Por su parte, Federico Nietzsche, que había servido durante poco tiempo en el frente como enfermero, se mostró abrumado por los horrores de la guerra. Liberado del servicio decidió visitar a Wagner, quien estaba en ánimo de despotricar contra la “degenerada raza gala” (Cate, ob. cit. p. 112). Cósima, la esposa de Wagner anotó en su diario personal que Nietzsche se había reservado su opinión. Esta actitud pudo deberse a que Nietzsche aún no se había impregnado de la cultura francesa, a la que después rendiría sentidos homenajes, pero pudo ser también que ya estaba al tanto de los ataques de furia incontrolables que asaltaban a Wagner, ante la más leve de las críticas o contradicciones. Era el germen de la profunda divergencia filosófica entre ambos, que llegaría a ser, como la de su carácter mismo, abismal.

Nietzsche estaba sumamente preocupado por los acontecimientos posteriores a la victoria prusiana. En carta dirigida a su amigo Carl Von Gersdorff, el 7 de noviembre de 1870, le expresa lo siguiente:

“Te diré en confianza, que la Prusia actual me parece un poder extraordinariamente peligroso para la cultura… Es muy difícil permanecer sereno en medio de la general embriaguez; pero nosotros debemos ser lo bastante filósofos para lograrlo… [podríamos] sufrir una minoración que yo no juzgaría compensada por los más grandes hechos militares ni siquiera por todas las exaltaciones nacionales…(Epistolario, p.88).

La contestación de Gersdorff, que también había participado en la guerra, resultó aún más enérgica y lúcida, respecto a esta “nuestra patria ebria de victoria”. Gersdorff aprecia ya que al igual que en 1814 y 1815, las librerías se verían inundadas con historias de guerra, así como con “frases respecto a la misión de Prusia, sobre el Dios privado de Prusia, acerca del Dedo de Dios que en toda su mágica omnipresencia florecerá en toda su gloria” (Cit. en Cate, p. 118).

Pero de momento, los mejores días de la relación de Nietzsche con los Wagner estaban por venir. La razón es clara: el compositor ejercía una fascinación irresistible sobre el joven profesor y filósofo. Hasta 1872, cuando los Wagner abandonan su residencia de Tribschen donde los visitaba, Nietzsche estaba totalmente wagnerizado según su biógrafo, esto ocurría hasta en el estilo de su prosa.

Algunas frases redactadas por Nietzsche en cartas dirigidas a sus amigos dan testimonio de los sentimientos de veneración que había desarrollado hacia Wagner: “Conocer a semejante genio de cerca, constituye un inagotable enriquecimiento de la vida. Para mí, todo lo mejor y más bello está unido a los nombres Schopenhauer y Wagner”, “…la inmutable felicidad de haber encontrado en Schopenhauer y Wagner educadores…” (Epistolario, p. 82, 187).

Más impactante aún es la carta que Nietzsche dirige a su amigo Gersdorff, cuando Wagner abandona Tribschen para no volver más. La dependencia que manifiesta Nietzsche respecto a sus amigos en general, y frente a Wagner, en particular, ha llegado a ser diagnosticada como “histeria reprimida”, por temor a la soledad, por su biógrafo Ronald Hayman (Nietzsche. A Critical Life; Penguin Books, 1982, p. 151). Dicha carta expresa lo siguiente:

“El pasado sábado tuvo lugar el triste y profundamente conmovedor adiós a Tribschen. …¡Qué desconsuelo! ¡Cuánto significan para mí estos tres años vividos cerca de Tribschen y durante los que fui allí veintitrés veces! ¡Qué sería yo sin ellos!” (Epistolario, p. 109).

Sin embargo, la separación de Wagner, la soledad y el cúmulo de enfermedades que afectaron a Nietzsche, marcaron favorablemente su vida y su rumbo filosófico. La soledad y sus males constituyeron un acicate hacia la independencia de pensamiento y la autosuperación, así como un estímulo para su creatividad. En esta etapa, Nietzsche daría el ejemplo de lo que después predicaría: el sufrimiento no es objeción a la vida.

Unos meses antes de la despedida de Wagner, Nietzsche había publicado su primera obra, El nacimiento de la Tragedia. Este libro provenía de diversos ensayos sobre los griegos, que Nietzsche daría a conocer en conferencias públicas, que “Wagner vendrá a oír desde Tribschen” (Epistolario, p. 80). Fue Wagner quien le sugirió que a partir de los ensayos hiciera un libro. En opinión de Andrés Sánchez Pascual, “Bajo el influjo de Wagner, Nietzsche se decidió a reelaborar totalmente sus pensamientos sobre los griegos y enfocarlos hacia la obra wagneriana” (Introducción a “El Nacimiento de la Tragedia; Alianza Ed. Madrid 1984, p. 13).

Aún cuando no totalmente sincero, Nietzsche fue fiel a Wagner en sus cuatro obras siguientes, llamadas Intempestivas. La cuarta, denominada Richard Wagner en Bayreuth (1876), pretendía ser un homenaje al compositor. Sin embargo, en su fuero interno, Nietzsche llevaba ya el rechazo a las ideas de Wagner y las simientes de su filosofía independiente y madura. No obstante, el ensayo impactó a Wagner quien le dijo: ¡Amigo! ¡Su libro es excepcional! ¡Dónde habéis adquirido tal experiencia de mí! (Gregor-Dellin, p.577).

La realidad era que, desde dos años antes (1874), Nietzsche daba ya testimonio de su creciente separación de Wagner:

- “Sin duda, considera lo excesivo y la falta de restricción como natural”.
- “El mide el Estado, la sociedad, la virtud, el pueblo, por los estándares de su arte; y cuando se siente insatisfecho quisiera que el mundo se derrumbara”.
- “Adicionalmente, ofendió a los judíos… Para empezar, sin causa y razón”.
- “Un tirano que suprime toda individualidad, excepto la suya y la de sus seguidores. Este es el gran peligro de Wagner: rehusarse a aceptar a Brahms, etc., o a los judíos”.
- “Wagner se deshace de sus debilidades transfiriéndolas a su tiempo y a sus enemigos”. (Citado en Untimely Meditations, Introducción de J.P. Stern; Cambridge U. Press, 1987, p. xxvi-xxviii).

El momento decisivo para la ruptura se daría en ese mismo 1876, cuando Nietzsche asiste a los festivales wagnerianos en Bayreuth. Su estancia en ese lugar fue para él una verdadera tortura, combinación de migrañas terribles y repulsión ante los wagnerianos. Sobre aquellos momentos tan problemáticos para Nietzsche, comenta con lucidez y precisión el biógrafo de Wagner, Gregor-Dellin:

“Y en el centro de este arte de masas, un artista como dictador, un Wagner como Nietzsche no lo había conocido con anterioridad: como domador, como hombre de acción, como soberano absoluto… ¡Qué sabía él de la soledad de un filósofo, del dolor del conocimiento! Abismos de diferencias entre ellos” (ob. cit., p.578).

¿Qué hizo entonces Nietzsche para wagnerizar su homenaje su homenaje a Wagner? Sin duda, tuvo que remontarse a las vivencias de la época de su veneración hacia el compositor y hacia Schopenhauer. Tuvo que revivir la superación del nihilismo de este filósofo, a través del arte que justificaría la existencia, y tuvo que volver a tener fe en la elevación de la cultura alemana. Por última vez sería insincero el filósofo de la veracidad para poder ver en la música de Wagner “el elemento poético” que se manifestaba de manera “visible y palpable en eventos, no en conceptos; lo que significa míticamente, como el pueblo [Volk] siempre ha pensado” (“Richard Wagner en Bayreuth”, en Untimely Meditations, p. 236).

Durante aquellos Festivales de Bayreuth, el Nietzsche definitivo, el sincero, iniciaría la escritura de su libro Humano, demasiado humano, que marcaría la ruptura final con los Wagner. En su autobiografía Ecce Homo, Nietzsche, extrañado frente a todo lo que le rodeaba entonces, lo recuerda:

“¿Dónde estaba yo? No reconocía nada, apenas reconocí a Wagner. En vano ojeaba mis recuerdos. Tribschen, una lejana isla de los bienaventurados: ni sombra de semejanza… ¿Qué había ocurrido? ¡Se había traducido a Wagner al alemán! ¡El wagneriano se había enseñoreado de Wagner! ¡El arte alemán! ¡El maestro alemán!... Wagner arropado con ‘virtudes’ alemanas… ¡Pobre Wagner! ¡Dónde había caído! ¡Si al menos hubiera caído entre puercos! ¡Pero entre alemanes!... (Humano, 2).

Humano, demasiado humano, se publicó en enero de 1878, en una versión que sería ampliada posteriormente. En un estado de ánimo auto crítico, Nietzsche da cuenta de sus “pecados” ante Schopenhauer y Wagner:

“Quizá se me pueda reprochar… alguna sutil moneda falsa: he cerrado los ojos, deliberada y conscientemente, al ciego deseo que muestra Schopenhauer por la moral; también me he engañado a mí mismo respecto al incurable romanticismo de Richard Wagner…” ( Ecce Homo, Prefacio, 1).

Para llegar a ser él mismo, Nietzsche tenía que romper con aquella amistad de casi diez años con Wagner. Durante los últimos años había tenido que guardar silencio sobre demasiadas cosas, casi sepultando lo más profundo de su ser, y que después reconocería como un extravío total de su instinto (Ecce Homo, Humano, 4). Y lo hizo también, según sus propias palabras, “más tarde por pereza, por lo que se llama ‘sentimiento del deber’”.

Sin embargo, Nietzsche nunca traicionó a Wagner, ni dejó de apreciarlo profundamente. Mucho menos se apartó de él, sobre todo al verlo de rodillas ante la cruz (Parsifal), como afirma una versión tan extendida como falsa. Lo que estaba en juego era su “independencia de alma”, su rechazo, ahora, de toda forma de idealismo. El inframundo del ideal será atacado por Nietzsche inmisericordemente, en lo que “Es la guerra, pero la guerra sin pólvora y sin humo, sin actitudes bélicas, sin pathos ni miembros dislocados, todo esto sería aún ‘idealismo’ (Ibid, 1).

Así se iniciaba la obra madura de Nietzsche, quien no siempre tuvo el cuidado de especificar que el uso que haría de términos bélicos no tenía nada que ver con la “pólvora” y el “humo”.

En su obra postrera Nietzsche hará explícitos los principios que subyacen a sus guerras, Wagner incluido:

“Mi práctica de la guerra se puede resumir en cuatro proposiciones:
Primera, sólo ataco causas que han resultado victoriosas…
Segunda, sólo ataco causas contra las que no encontraría aliados, con lo que me sostengo solo…
Tercera, nunca ataco personas; simplemente me valgo de la persona como de una fuerte lente de aumento que permite hacer visible un problema elusivo…
Así es como ataqué a Wagner; más precisamente a la falsedad, a la medianía de instintos de nuestra ‘cultura’, que confunde lo sutil con lo rico, y a lo tardío con lo grande.
Cuarta, sólo ataco las cosas cuando todo conflicto personal está excluido…”.
(Ecce Homo, Sabio, 7).

De ser cierta esta última proposición, quedaría refutada la muy difundida idea de una supuesta aversión y odio, de Nietzsche hacia Wagner, “por haberse vuelto demasiado cristiano”. Lo cierto es que Nietzsche debe haberse sentido en una situación embarazosa, al recibir el regalo de Año Nuevo que Wagner le enviara en enero de 1878: el Parsifal. En primer término, no podía agradecer aquel presente sin expresarle su opinión sincera de la obra, lo que hubiera ofendido a Wagner. Así, en carta dirigida a Reinhart Von Seydlitz, Nietzsche comentó respecto al Parsifal:

“… hay en ella mucho más Listz que Wagner… encuentro la producción wagneriana en exceso limitada dentro del cristianismo y del tiempo… Mucho de lo que es soportable para la visión interna no lo es ya sobre la escena… El lenguaje suena como una traducción de un idioma extranjero” (Epistolario, p. 145).

Ningún vituperio, ningún atisbo de resentimiento personal es posible advertir por parte Nietzsche, quien concluye esa carta con un reconocimiento:

“… En cambio, las situaciones y su sucesión son de la más elevada poesía y lo más alto que se puede alcanzar en música”.

El rompimiento de su amistad con Wagner fue un duro golpe para Nietzsche, golpe del cual nunca se recuperó totalmente. Sin embargo, celebró el impulso que significó para su independencia de espíritu, para el desarrollo de su creatividad, y de su obra posterior. Humano, demasiado humano, le dio un “incomparable sentimiento”, pues por primera vez había hecho “pública profesión de su ideal y de sus fines” (Epistolario, p. 145-146).

Una de las referencias más directas y críticas a Wagner en Humano, demasiado humano, se encuentra en el Aforismo 164, titulado “Peligro y ventaja del culto al genio”. En él, Nietzsche explica que el olor de los sacrificios que sólo se ofrecen a Dios, es capaz de penetrar el cerebro del genio, cuyas consecuencias pueden llegar a ser:

“… el sentimiento de la irresponsabilidad, de los privilegios excepcionales, la persuasión de que nos hace un gran honor con su trato, una loca soberbia a propósito de compararle con otros o de valorarlo más bajo, o de sacar a la luz los defectos que hay en su obra. Por lo mismo que deja de ejercer una crítica contra sí mismo, las plumas acaban por caer de su plumaje una a una; esta superstición mina las raíces de su fuerza y hará incluso de él un hipócrita, una vez que su fuerza le haya abandonado…”.

En otro aforismo, Nietzsche habla de los sufrimientos del genio, los cuales sin duda percibió durante sus años de cercanía con Wagner. Tales sufrimientos dice, llegan a ser verdaderamente inmensos, “pero sólo porque su ambición y su envidia son muy grandes” (157). También lo califica de inmaduro o adolescente, pues “toda su vida… se ha mantenido en el punto en que le llegó su vocación artística”, de ahí que “sin saber porqué, se dará a si mismo la tarea de infantilizar a la humanidad” (147). La música de Wagner queda así implícitamente desacreditada cuando Nietzsche se refiere a “La más noble clase de belleza”, que no es precisamente la que nos hace dar un salto, “a que no nos asalta como una tormenta ni nos embriaga, sino la que podemos absorber lentamente” (149).

Al silencio de Nietzsche frente a Wagner, por su Parsifal, le siguió el silencio de éste por Humano. Al menos al principio, Wagner le comunica al amigo común Overbeck que ha “tenido el gesto amistoso hacia él de no leer su libro”, después de haberlo ojeado (Curt paul Janz, Friedrich Nietzsche, Tomo 2; Alianza Ed., Madrid 1981, p. 441). Pero poco a poco Wagner fue llenándose de ira frente a la apostasía de Nietzsche. El hecho lo llevó a romper con el editor de las Hojas de Bayreuth por ser también editor del filósofo. Su editor, Schmeitzner, dio cuenta de la furiosa reacción de Wagner, quien por principio, afirmó que sólo se leía a Nietzsche en tanto tuviera que ver con él (Wagner):

“Se desató en infamias sobre Nietzsche que no olvidaré jamás… ¡Los improperios contra los judíos… deberían haberse oído en Bayreuth!... ¡Feliz quien no tiene nada que ver con Wagner! ¡Nietzsche es una persona totalmente diferente!... Al comienzo me sentí completamente confuso debido al afecto y al calor de este hombre” (Ibid).

Finalmente, Wagner se decidió a atacar públicamente a Nietzsche a través de las Hojas de Bayreuth, en un artículo “Público y Popularidad”, en el cual trató de ridiculizar al libro Humano, demasiado humano. En opinión del biógrafo de Wagner, Gregor-Dellin, ambos, sin embargo, se lastimaban a sí mismos al herir al otro, lo que resultó fundamentalmente cierto para Nietzsche hasta su colapso mental. Por su parte, Wagner comenta lo siguiente por carta a un amigo común, Franz Overbeck, casi un año y medio después del Humano: “¿Cómo me sería posible olvidar a este amigo separado de mi tan violentamente… me entristece saberme tan totalmente excluido de participar en la vida y en las necesidades de Nietzsche” (Gregor-Dellin ob. Cit. p. 613).

Durante los años siguientes, Nietzsche encontró numerosas palabras amables para referirse a Wagner. Tal fue el caso de la carta que dirige a una amiga común, Malvida Von Meysenbug en 1880: “Pienso en él con un agradecimiento duradero, pues le debo una de las más fuertes excitaciones que he experimentado hacia la libertad espiritual” (Epistolario, p. 157). Al año siguiente de la muerte de Wagner, en 1884, Nietzsche dio un paseo con su amiga Resa Von Schirnhofer, quien lo recuerda así: “Aquí volvió a tocar su tema preferido, esa vez profundamente afligido y con lágrimas en los ojos: la lamentación por la irremplazable pérdida de su antigua amistad con Wagner” (Cit. En Gregor-Dellin, ib.).

Los testimonios de la enorme significación que tuvo Wagner en la vida de Nietzsche, son interminables. En carta dirigida a Peter Gast en 1880, Nietzsche afirma que nada podrá compensarlo por la pérdida de Wagner durante los últimos años: “Con nadie he reído tanto como con él. Todo pasó. ¡Y qué me importa tener en algunas cosas razón frente a él!” (Epistolario, p. 161). Y para los que piensan en el “odio” de Nietzsche hacia Wagner por no poder “perdonarle” su cristianismo en Parsifal, he aquí las palabras del filósofo, sobre el Preludio, en carta a Peter Gast, a casi diez años de la ruptura, y a cuatro del fallecimiento de Wagner:

“Desde el punto de vista puramente estético, ¿ha hecho Wagner algo mejor… una claridad de la música como arte descriptivo que hace pensar en un escudo preciosamente trabajado; y por último, un sentimiento sublime y extraordinario, una vivencia, un evento del alma en el fondo de la música, a la que Wagner hace el mayor honor… ¿Acaso un pintor jamás ha pintado una mirada de amor tan melancólica como Wagner en los últimos acentos de su Preludio?”. (Cit. En Gregor-Dellin, p. 614).

El comentario que hace el biógrafo de Wagner ante estas palabras de Nietzsche es revelador: “¿Puede describirse el Preludio de Parsifal de manera más precisa, bella y justa? ¿Ha entendido alguien mejor a Wagner jamás?” (Ibid.). Y concluye después con dos ideas que realmente representan un emotivo homenaje a la “acerada lucidez” de Nietzsche, pues en su crítica sobre Wagner “había mucho más que aprender que en cien de sus piadosos y tontos hagiógrafos… Cien años de crítica wagneriana se han nutrido de la sagacidad de Nietzsche: nada nuevo ha seguido tras él”. (Ibid. p. 615).

Es evidente que Nietzsche no tuvo conocimiento de la amarga y virulenta reacción de Cósima, la esposa de Wagner, a partir del rompimiento por Humano . Siendo así, a la muerte de Wagner en 1883, Nietzsche le escribe a su esposa, Cósima, una carta de pésame. Tal vez no debió hacerlo, pues ella nunca le perdonó su apostasía, que atribuyó a la influencia “judía” del amigo del filósofo, Paul Ree. No hay duda de que la ruptura de Cósima con Nietzsche fue mucho más radical que la de Wagner. Califica la obra Humano como la de un hombre enfermo y traidor, y hace saber a la hermana de Nietzsche que lo considera “mezquino”, “insincero” e “insolente”. La carta de pésame no tuvo más respuesta que el silencio, con lo que Cósima, una vez más, con todo y su profundo cristianismo, demostró, lo que no debe ser motivo de sorpresa: era incapaz de perdonar.

En mayo de 1988, el filósofo inicia un pequeño escrito, un panfleto que titula “El Caso Wagner”, al que siente como una concesión que se hace a sí mismo, a manera de “pequeño diálogo”. Acusa a Wagner de romanticismo, y señala el peligro que representa para todos los románticos. Porque, ¿qué es romanticismo?, se pregunta Nietzsche, quien acude a la opinión de Goethe: “la sofocación por rumiar absurdos morales y religiosos”. Esto es nada menos que Parsifal, concluye. (Basic Writings of Nietzsche, Walter Kaufmann trad. y ed., The Modern Library, Random House, N. York 1968, p. 618).

Nietzsche se pregunta si Wagner es humano o tal vez sólo una enfermedad, y responde: “Él enferma todo aquello que toca, él ha enfermado la música” (620). Wagner, en una palabra, es un decadente al que la nación alemana no se le resiste en forma alguna. Los alemanes nunca han sido psicólogos por lo que su gratitud a Wagner no es sino un mal entendido. “Porque el hecho de que no se le oponga resistencia es ya un signo de decadencia. Los instintos se han debilitado. A lo que uno debe evitar se le encuentra atractivo” (621). Wagner seduce porque le da al mundo moderno “los tres grandes stimulantia de los exhaustos: lo brutal, lo artificial, y lo inocente (lo idiota)” (Ib. 622).

Nietzsche reconoce detrás del éxito de Wagner a las masas, a las que mueve por medio de lo enorme, lo gigantesco, pero no a través de la belleza: “… es más fácil ser gigantesco que ser bello; eso lo sabemos” (623). En un comentario que podría tener actualidad, Nietzsche afirma que “sólo la música enferma hace dinero hoy en día: nuestros grandes teatros subsisten por Wagner”. (Ibid.).

Como lo dirá poco después en Ecce Homo, Nietzsche está preparado para hacer la guerra al idealismo, al romanticismo y a una de sus más grandes consecuencias en Alemania: el militarismo. En su ataque, afirma que ni en Wagner ni en toda Alemania se requiere de talento: “Simplemente se requiere virtud, lo que significa entretenimiento, automatismo, ‘autonegación’. Ni gusto, ni voz, ni talento: el escenario wagneriano requiere de una sola cosa, ¡Teutones! Definición de Teutón: obediencia y piernas largas” (Ib. 636). Para Nietzsche, es sintomático que Wagner y el Reich se hayan dado simultáneamente: “ambos eventos son prueba de lo mismo: obediencia y piernas largas” (Ib.). Al leer esto, ¿cómo puede uno evitar recordar las imágenes de los ejércitos nazis, con su entrenamiento, su automatismo y su autonegación?

Nietzsche escribió dos posdatas a “El Caso Wagner”. En la segunda, reafirma su aversión al Reich, al que equipara con una verdadera peste, a la que se une la ampulosidad wagneriana: “… un nuevo animal devasta los viñedos del espíritu alemán, el gusano-Reich, la famosa Rhinoxera” (Ib.642). En opinión de Kaufmann, aparte del Reich, en esta palabra Nietzsche combina el Rhine, como símbolo del nacionalismo germano, y como elemento central en el Anillo de Wagner, con el nombre de una peste que efectivamente se dio en los viñedos de Europa, la Philloxera (Ib.).

En Ecce Homo, especie de escrito autobiográfico, Nietzsche hace varias referencias a Wagner y su esposa Cósima. A ambos les dedica frases de reconocimiento y afecto, pero se apoya en el wagnerismo para acentuar su posición de rechazo al deplorable estado de la cultura Alemana, tal como lo explicó en las cuatro proposiciones de “la práctica de la guerra”.

“A donde llega Alemania, corrompe la cultura” (Ib. Inteligente, 3). Esta idea la contrapone Nietzsche a su sentimiento de admiración por los franceses. A Pascal dice amarlo, no leerlo, y afirma compartir en su espíritu “algo de la ligereza de Montaigne”. Se refiere también a Moliere, Corneille y Racine, sin que esto impida considerar que “encuentro, aún en los más recientes franceses, una compañía encantadora”. Menciona a Paul Bourget, Pierre Loti, Anatole France y otros, destacando a Guy de Maupassant “al que quiero especialmente” (Ibid.).

Alternando ataque y admiración, Nietzsche afirma que “Los pocos casos de cultura elevada que he encontrado en Alemania eran todos de procedencia francesa, ante todo la señora Cósima Wagner, la primera voz, con mucho, en cuestiones de gusto que yo he oído” (Ibid.).

En la visión retrospectiva a “El Caso Wagner”, en Ecce Homo, Nietzsche revela su disposición de lanzar en contra de Wagner su “artillería pesada”, no sin antes confesar, “He amado a Wagner”. Los cañones, sin embargo, apuntan hacia otra parte: Alemania. Nietzsche abre fuego contra la nación alemana en forma tal que si Hitler lo hubiera leído, seguramente habría reducido a cenizas el Archivo Nietzsche de Weimar, y fusilado a dos o tres ideólogos nazis que lo propusieron como el filósofo de esa Alemania.

La nación alemana, dice Nietzsche, se ha vuelto “más perezosa y más pobre de instintos”. También, y sin ningún problema digestivo, se alimenta con envidiable apetito, de opuestos: “la ‘fe’ y las formas científicas, el ‘amor cristiano’ y el antisemitismo, la voluntad de poder (para el Reich) y el évangile des humbles. Tienen los alemanes una gran deshonestidad in historicis, pues los historiadores alemanes no son sino “bufones de la política (o de la Iglesia)”. Han llegado a considerar a lo “Alemán” como un argumento, y “Alemania, Alemania por sobre todo”, como un principio. Tienen la creencia de que los teutones representan “el orden moral del mundo”, y sienten que son los portadores de la libertad y la moral (1,2).

Nietzsche posee todo un catálogo de cuentas en contra de Alemania. De hecho, acusa a los alemanes de llevar sobre su conciencia “todos los grandes crímenes contra la cultura durante los últimos cuatro siglos”. Entre ellos está el haber sacado a Europa “de la cosecha y el significado de la última gran era, la era del Renacimiento”, por intermedio de Lutero, atribuyéndole un “renacimiento moral”. También señala que son la causa de la mezquina política que perpetúa “los pequeños Estados de Europa”, y cuya consecuencia es “esa enfermedad y esa sinrazón”, la más contraria a la cultura”: “el nacionalismo, esa névrose nationale [neurosis nacional] de la que está enferma Europa…” (2).

Algunos historiadores sostienen que Alemania fue reticente y resistente a los efectos de la Ilustración que se dieron en Europa, lo que condicionó la peculiar ideología alemana y lo “típicamente Alemán”. A esto se refiere también Nietzsche en “El Caso Wagner” de Ecce Homo: “Ellos (los alemanes) no han atravesado jamás un siglo XVII de profundo examen de sí mismos como los franceses; La Rochefoucauld y Descartes son cien veces superiores en honestidad que el mejor de los alemanes”. (3). Este tema es recurrente en Nietzsche, quien en Aurora, tituló el aforismo 197, Hostilidad de Alemania hacia la Ilustración. En él afirma que los filósofos alemanes han retrocedido a las más antiguas etapas de la especulación, “porque, al igual que los pensadores de las épocas del ensueño, se dieron por satisfechos con conceptos en vez de explicaciones”. La hostilidad hacia la Ilustración llevó a los alemanes a erigir el culto al sentimiento “en lugar del culto a la razón”.

En el último aforismo de “El Caso Wagner”, Nietzsche se declara “despreciador par excellence de los alemanes”, entre quienes confiesa no haber pasado “una sola hora buena”. De esto excluye, sin embargo y expresamente, a los judios y a Richard Wagner.




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